El 30 de agosto, como parte del proyecto Cátedra EAFIT que impulsa la Universidad para traer a representantes del mundo académico cada cierto tiempo, estuvo el Profesor Rodolfo Llinás para dar la conferencia "Las bases físicas de la conciencia". En la época de la llegada de Llinás, yo estaba trabajando en un artículo para "El Eafitense" acerca del proyecto de ley que presentó Jaime Restrepo Cuartas, ex Rector de la Universidad de Antioquia, con el fin de convertir a Colciencias en un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Llinás, considerado por muchos uno de los científicos más importantes de Colombia y del mundo, era un desconocido para mis conocidos. Antes de verle en persona por primera vez, estuve preguntando a mis familiares y amigos si quisieran saber algo del profesor. Nadie sabía quién era. Yo había leído un artículo de la Revista "Semana" cuando era muy pequeño y, habiendo tenido un interés previo por la vida de científicos como Einstein, quedé encantado con los logros de Llinás: este hombre había creado uno de los mapas más completos del cerebro humano, descifrando complejos misterios relacionados con el funcionamiento de este órgano que le ha tomado miles de años de evolución a la madre naturaleza. Ahora que venía a EAFIT, yo quería entrevistarlo. Quería hacerle preguntas sobre su vida de trabajo, sobre la educación y la ciencia en Colombia, sobre la motivación y el espíritu emprendedor que lo llevó a pasar por décadas de logros. Además era una buena oportunidad para tener una fuente de peso que diera algunas declaraciones relacionadas con el asunto del Ministerio de Ciencia.
Poco antes de las diez de la mañana, había una línea larguísima de gente frente al auditorio Fundadores de EAFIT. Nunca había visto una asistencia de tal magnitud a alguno de los eventos organizados por la Universidad. Llegué a tiempo y me senté en una de las primeras filas, junto a uno de los camarógrafos del Centro Multimedial de la Universidad. Ana Cristina Abad, jefe del Departamento de Comunicación y Cultura, presentó rápidamente la hoja de vida del profesor. Después Llinás aclaró que no esperaba la asistencia de un grupo tan grande de gente, pues su charla era técnica y puramente científica. Durante la conferencia anunció varios descubrimientos que se hacían públicos por primera vez en esa ocasión, pero pocos tenían la preparación para entender con claridad de qué se trataba. Para el público no especializado, la charla fue obscura, densa y confusa. Pero seguro habría entre los asistentes colegas neurocientíficos del profesor que podrían alabar sus descubrimientos y los de su equipo de trabajo. De todas formas, decenas de personas se quedaron por fuera del auditorio, despotricando de EAFIT y de la organización de la conferencia.
"Esta es una charla técnica"
En medio de la conferencia, entre una diapositiva y otra, Llinás comentaba: "Les dije que era muy técnica". En ocasiones el volumen de la voz del profesor era bajo (o sostenía el micrófono casi a la altura de la cintura) y, sumándole eso a la complejidad del tema, entenderle era difícil. A veces se veía obligado a explicarnos a nosotros, los mortales que no tenemos formación en el campo de la neurología, ciertos conceptos en un lenguaje digerible. Hablaba del autismo, del mal de Parkinson y de otros temas relacionados con sus estudios científicos.
En cuanto terminó la conferencia, un grupo de gente se abalanzó sobre el escenario para rodear a Llinás; quien no podía alejarse del atril aunque quisiera. Yo estaba en ese grupo de gente, con grabadora en mano, a dos personas de distancia del profesor. Alguien le preguntó por sus trabajos relacionados con religión, y él pareció responder de mala gana con el nombre de una casa editorial. Seguramente estaba sofocado. Al ver que no podría acercarme, decidí retirarme del grupo e ir a preguntarle al Rector si era posible lograr que el profesor respondiera dos o tres preguntas para el periódico de los estudiantes. "Imposible", me dijo. Me contó que irían de inmediato a la rectoría. Cuando Llinás salió del auditorio, acompañado por el Rector, la gente lo perseguía. "Rodolfo Llinás, búsquelo en Google", le decía el profesor a una mujer que ponía garabatos en una libreta de apuntes.
Algunos querían autógrafos y otros querían hacerle preguntas. Uno de mis colegas, practicante en una importante radioemisora nacional, trataba de captar la atención de Llinás y de grabar sus declaraciones con el micrófono. Yo desistí mientras veía a Llinás alejarse en medio de una horda de seguidores. Horas más tarde supe que mi colega logró, después de mucho insistir, que el profesor respondiera algunas preguntas.
La historia, según me contaron, fue más o menos esta: Le entrega el micrófono (primer error) y le dice: "¿Tú qué opinas de la investigación en Colombia?". (segundo y gravísimo error).
El profesor, según escuché, lo miró como con ganas de ahorcarlo. "No entiendo la pregunta", profirió.
"Pues, sí, la ciencia, y la educación, y todas esas cosas...". O algo así.
Y el profesor Llinás terminó diciendo alguna barrabasada, de mala gana, seguramente para deshacerse del inexperto periodista e ir a almorzar con el Rector.
A veces pienso que pude haber sido yo el periodista nervioso. O no.
El caso es que no entrevisté a Llinás. No crucé una sola palabra con él, y siempre tendré la duda de si desearía haberlo hecho. Quedé con un sinsabor de resignación. No sé si valga la pena hacer esta anotación pero más tarde, ese mismo día, entrevisté a Jaime Restrepo Cuartas y a Juan Manuel Galán, el hijo del caudillo asesinado en 1989.
Y otra anotación para terminar, que tampoco sé si valga la pena hacer. En la nota que salió en la radio, el profesor cambió de nombre: era "Roberto" Llinás. Ahí perdonan.