domingo, septiembre 10, 2023

Añoranza del negativo

Foto del autor (a la izquierda) tomada con una Fujifilm FinePix 1400.
Nací a finales del siglo XX, una época en la que la fotografía digital, al igual que yo, estaba en pañales. Tengo tantos años como para haber estudiado el funcionamiento de la fotografía analógica en el colegio: la carga del rollo a blanco y negro en la cámara, el líquido revelador, el baño de paro, el fijador, el cuarto oscuro, la máquina ampliadora, la luz roja. 

Conforme pasaban los años en el siglo posterior, el número de megapíxeles de las cámaras comerciales iba aumentando. La primera cámara digital a la que tuve acceso fue una Fujifilm FinePix 1400 de 1.2 megapíxeles que trajo mi papá de un viaje al Japón. Tomaba fotos de 1280x960 o 640x480 píxeles, usaba cuatro baterías de tamaño AA y tenía una capacidad de almacenamiento de 4 MB: una maravilla tecnológica en aquel entonces. 

Hoy los teléfonos que todos llevamos en nuestros bolsillos tienen cámaras que hacen palidecer las capacidades de aquella antigua máquina que aún conservo. Ya es raro ver artículos de fotografía analógica en los centros comerciales y aún más raro encontrar laboratorios fotográficos que revelen e impriman fotos a partir de negativos. 

Recientemente fui con Pablo a uno de los pocos establecimientos comerciales que sobreviven vendiendo todo tipo de productos sobre los cuales se puede imprimir una foto: camisetas, pocillos, agendas, llaveros y demás. Quería imprimir cien fotos digitales que tenía almacenadas en mi teléfono (cosa impensable en el siglo pasado) y se las envié por correo electrónico a una de las empleadas que trabajaba allí.  

La última experiencia desagradable que tuve con alguno de estos negocios había sido hacía más de diez años, cuando llevé una cantidad considerable de imágenes para imprimir en una memoria USB. Era la forma más práctica de transferir tantos datos en esa época. Sus computadores estaban plagados de virus informáticos, de manera que todo el contenido de dicha memoria desapareció en segundos. Me fui del lugar, armé un escándalo vía correo electrónico y días después regresé al lugar para que un técnico me ayudara a recuperar la información.  

Volvamos al presente. Después de revisar el archivo que le había enviado a la empleada de Megafoto (así se llama el local donde imprimiría el centenar de imágenes), ella dijo que siete de las fotos estaban en un formato que, según ella, no se podía imprimir. Las fotos estaban en formato WebP, uno que existe desde 2010 y que hoy puede ser abierto por el 96 % de los navegadores web modernos. Trató de convencerme abriendo una de las fotos y enseñándome el mensaje de error que le mostraba Photoshop. 

Le sugerí que usáramos un servicio de conversión en línea para convertir las fotos a JPG, un formato que seguramente su versión de Photoshop sería capaz de abrir e imprimir. Servicios como ese, normalmente, no tienen ningún costo para quien pretenda utilizarlos, y la conversión se hace en pocos minutos. Creí que la discusión iba a terminar ahí, pero ella salió con esta joya del servicio al cliente: convertir las fotos a un formato imprimible tendría un costo adicional.  

No pude pensar en un escenario similar si nos hubiéramos encontrado veinte años atrás. ¿Le estaba pidiendo el equivalente a ampliar una Polaroid? ¿A hacer copias de un daguerrotipo? ¿Hasta dónde va su responsabilidad como proveedora de servicios fotográficos? ¿Es mi deber como consumidor asegurarme de que el formato de todos mis archivos digitales esté listo para que sus máquinas puedan abrirlos? No lo creo. Después de todo (parafraseando a un infame político local) una foto es una foto. Si pueden imprimir las docenas de formatos que Photoshop puede abrir, uno más no tiene por qué representar un costo adicional para mí como cliente. La versión 23.2 de Photoshop puede abrir archivos WebP sin ningún problema, pero claramente Megafoto no estaba al día con las actualizaciones de ese software. Incluso GIMP, una alternativa gratuita a Photoshop, soporta ese formato desde la versión 2.9. Pero parece que pedirle un poquito de apertura a un negocio de estos, monopólico y dictador, es una batalla perdida. 

Pensé en decirle a la mujer que me atendió que me enviara un listado de los archivos en formato WebP para convertirlos desde mi celular, enviarle un nuevo archivo con las fotos listas para imprimir y así tener la totalidad de mis recuerdos en papel. Pero, a riesgo de que nos dijeran que eso también tenía un sobrecosto, Pablo le pidió que imprimiera dos copias de siete de las fotos que su Photoshop sí podía abrir. Yo ya estoy muy viejo como para andar discutiendo sobre tecnicismos con centennials (asumo que la empleada de Megafoto tiene menos años que mi cámara FujiFilm) y prefiero desahogarme escribiendo artículos llenos de rabia y decepción, como el que están ustedes leyendo en este momento. Ahí perdonan.  

jueves, mayo 14, 2020

100 cosas sobre mí

1. Mi nombre es Lucas.
2. Creo que sé leer y escribir bien.
3. Cuando me corto las uñas, lo hago sobre el inodoro y cierro los ojos antes de cerrar el cortaúñas porque me da miedo que me caiga una uña en un ojo.
4. El dedo que tengo junto al dedo gordo del pie (el que le "puso la sal") está torcido, desde que nací, en ambos pies.
5. Tengo miopía, astigmatismo y misofonia.
6. La primera vez que usé una lavadora fue a mis 34 años.
7. La primera vez que fui a un concierto de rock fue a mis 16 años.
8. La primera vez que conocí un país distinto del mío fue a mis 8 años.
9. Tengo muchos instrumentos y no soy bueno para tocar ninguno de ellos.
10. Tengo una biblioteca llena de libros acerca de los Beatles y no he leído la mayoría de ellos.
11. Disfruto del rock alternativo, el jazz y la música clásica. Y Pérez Prado.
12. No soporto el reggaetón, el vallenato, las rancheras, el hip hop ni la salsa.
13. Tampoco me gustan las salsas.
14. Tuve un grupo de música con el que grabamos un álbum y nunca lo publicamos.
15. Sé español e inglés.
16. Soy ateo.
17. Escribí un libro y nunca lo publiqué.
18. Cursé la primaria y el bachillerato en un colegio católico y estudié comunicación social en una universidad privada.
19. Siempre me gustó programar, pero nunca aprendí a hacerlo bien.
20. Me gusta la pizza pero soy muy selectivo con los ingredientes. También me gusta la tocineta. Me gusta la pizza con tocineta.
21. Prefiero vivir de noche que de día, pero parece que el mundo no funciona así. No me gusta levantarme temprano.
22. No me gusta ver ni practicar deportes.
23. Una vez viajé a Australia y me gustaría volver.
24. Una de las sensaciones más poderosas que he experimentado (y que más me gustan) es la de tocar música frente a un público.
25. Me gusta dormir.
26. No creo en la astrología.
27. Me gustan los perros y los gatos, pero no todos los perros ni todos los gatos.
28. Me gusta cantar pero no lo hago bien.
29. Me gustan los cómics de Disney, sobre todo los de Carl Barks.
30. Me gusta el helado de arequipe y el de vainilla.
31. He sido analista en un banco, editor en un periódico y profesor en una universidad.
32. No le temo a la muerte pero sí a la agonía.
33. Me salieron seis muelas cordales y me sacaron cinco.
34. Tuve ortodoncia dos veces en mi vida.
35. Repetí octavo grado en el colegio.
36. Puedo pasar días enteros sin hablar.
37. Nací prematuramente.
38. Los médicos le dijeron a mi mamá que morí en dos ocasiones. La próxima vez que muera será la tercera.
39. Mi grupo favorito son los Beatles.
40. No tengo tatuajes ni "piercings". No me haría ninguno.
41. Puedo ver varios capítulos de una serie de manera consecutiva, pero me cuesta concentrarme para ver una película larga.
42. Tuve un accidente que me dejó diez fracturas en la cara. Tengo cinco platinas de titanio.
43. Mi única superstición es que creo que da mala suerte dormir con las medias puestas. No sé de dónde salió esa creencia.
44. Admiro a Daniel Samper Pizano y tengo casi todos sus libros.
45. Mis ojos son verdes.
46. No me gusta comprar ni probarme ropa.
47. De todas las personas que hay y ha habido en el mundo, solo una es mi hermano. Es mayor que yo.
48. No estudié ingeniería porque creí que era malo con los números.
49. Cuando era niño admiraba muchísimo a Albert Einstein, aunque nunca traté siquiera de entender su obra.
50. Hoy admiro a Carl Sagan y a Neil deGrasse Tyson.
51. Mi primera borrachera fue a mis 19 años. También fue mi primera vez en una clínica por eso. Culpo a Elías.
52. He visto "Friends" varias veces.
53. A mis 11 años inventé un sistema de representación gráfica de progresiones aritméticas al que llamé "delectomorfo".
54. No me gusta la política, a pesar de que me identifico más con el liberalismo que con el conservatismo.
55. He intentado aprender a leer música en varias ocasiones, pero no lo he logrado.
56. Creo que la primera vez que salí en televisión fue a mis 14 años. No dije nada importante.
57. No hablo más de lo necesario y prefiero escribir que hablar.
58. No soporto las notas de voz. Escribí un artículo explicando por qué.
59. No me gusta hablar por teléfono ni sostenerlo a mi oreja. Si tengo que tener una conversación, espero que sea corta. Prefiero pedir domicilios por una aplicación o por un sitio web en vez de hacerlo por teléfono.
60. No me gusta el tráfico (¿a alguien sí?). Aprendí a manejar porque me obligaron.
61. Me gustaba el vodka y no me gusta la cerveza. Ya no bebo.
62. No me gustan las películas ni los libros de terror y no entiendo por qué a otras personas sí.
63. Me rehusé a tener productos de Apple hasta que conocí el iPad en 2010. Aún pienso que son excesivamente costosos.
64. Solo fumé una vez en mi vida y no me gustó. Aborrezco el olor a cigarrillo.
65. Por lo general prefiero estar en mi casa que afuera.
66. No sé bailar ni quiero aprender. Soy excesivamente descoordinado.
67. Tengo ancestros españoles e indígenas.
68. No como fríjoles, arroz, sopas, purés, espagueti, habichuelas, garbanzos, arvejas ni carnes a término medio. Me dan arcadas.
69. Les temo a las agujas.
70. Tuve disautonomía y se supone que ya no la tengo.
71. Hago todo lo posible para evitar conflictos en mi vida.
72. No me molestan los espacios desordenados.
73. Me retuerzo ante la mala ortografía.
74. He visto a Paul McCartney en vivo dos veces.
75. Me gusta escribir canciones y quisiera escribir más.
76. Prefiero la oscuridad que la luz.
77. Tuve una tienda por Internet. Ya no la tengo.
78. Subí mi primer video a YouTube en 2006.
79. Fui el anfitrión de un programa de radio a mis 20 años.
80. Mi primer trabajo formal fue a mis 19 años.
81. Tuve mi primer celular a mis 16 años.
82. Nunca he viajado a China.
83. No me gusta usar trajes ni corbatas.
84. Entre los programas que más me gustan está Breaking Bad, Friends, That '70s Show, The IT Crowd, Seinfeld, Will & Grace, Frasier, The Nanny, Saturday Night Live, The Late Show with Stephen Colbert, The Late Late Show with James Corden, Last Week Tonight.
85. Entre mis podcasts favoritos está Radiolab, Hidden Brain, Planet Money, StarTalk Radio, Twenty Thousand Hertz, Science Vs. Los programas "Cabin Pressure" y "John Finnemore's Souvenir Programme" me gustan, aunque no son podcasts.
86. Vivo con un gato al que quiero mucho, pero no sé si él me quiere.
87. Una de las razones por las cuales estudié comunicación fue Jaime Garzón.
88. Una vez entré al hotel donde se estaba quedando Coldplay en Bogotá y vi a Will Champion entrar por una puerta. También hablé por teléfono con Jonny Buckland.
89. Creo que Fito Páez se enojó conmigo alguna vez, cuando intenté entrevistarlo.
90. Me fascinan las galletas Milano de Pepperidge Farm.
91. Si tuviera mucho dinero, compraría un auto eléctrico o un apartamento.
92. Me gustaría haber entrevistado a Marcos Mundstock.
93. Nunca me ha gustado organizar fiestas para celebrar mi cumpleaños. Quise hacer una para el número 35 pero el mundo estaba en cuarentena por el COVID-19.
94. No quiero casarme ni tener hijos.
95. No me gusta conversar con personas que no conozco.
96. Nunca he ganado la lotería.
97. Casi siempre me afeito mientras me ducho.
98. Creo que los libros de superación personal son un placebo para quienes los leen y una máquina de dinero para quienes los escriben.
99. Sumo, resto y multiplico con dificultad. No sé dividir.
100. Odio las mentiras y los mentirosos.

Ahí perdonan.

miércoles, mayo 17, 2017

Guía para decir “no” en Tinder (a mi estilo)

Foto de Daniele Pesaresi en flickr.com
Sí, lo admito: uso Tinder. Si tienes una edad cercana a la mía, quizás también lo uses. A veces, incluso, me ha sorprendido encontrar ahí a algunas personas que conozco en la vida real. La gran mayoría de las conversaciones (si es que inician) no pasa de un tímido saludo y un par de preguntas y respuestas banales.

Pero el primer filtro, claramente, está en las fotos de los perfiles, esas que con frecuencia dicen poco o nada de la personalidad de quien es representado por ellas. Con base en dichas fotos, el usuario puede deslizar el dedo por la pantalla hacia la izquierda para decir “no”, o hacia la derecha para decir “sí”, a un interés por la persona que allí aparece.

A ti te pueden gustar los hombres o las mujeres, siendo tú un hombre o una mujer, y del mismo modo en el sentido contrario*. No existen reglamentos, decálogos ni tutoriales (por lo menos no de manera oficial) que expliquen que Tinder deba usarse para uno u otro fin ni de una u otra manera. En otras palabras, tú puedes hacer lo que te dé la gana cuando usas la aplicación.

No me interesa dar explicaciones sobre mi “mujer ideal” o mi “perfil soñado”, pues ni siquiera creo que exista. Pero está claro que diré “no” en caso de que:
  • Escribas tu nombre como “ANdREiithA”.
  • Tengas una sola foto en tu perfil.
  • Todas tus fotos sean tomadas desde el mismo ángulo.
  • Salgas haciendo cara de pato en todas tus fotos.
  • Todas tus fotos sean grupales y sea imposible saber cuál eres tú.
  • “Trabajes” en Herbalife o digas trabajar como practicante en Facebook.
  • Te gusten los libros de Coelho, Chopra o autores similares.
  • Digas que tu mejor amigo es Jesucristo.
  • Fumes.
  • Todas tus fotos sean de la época del colegio pero en tu perfil dice que tienes 31 años.
  • Hayas estudiado en la “Universidad de Jarbar” (es real, lo vi con mis propios ojos).
  • Tengas barba y/o bigote.
  • Profeses activamente un odio antinatural por los Beatles.
  • Digas que te gusta “toda” la música. Eso es mentira. A nadie le gusta toda la música.
  • Apoyes a Trump.
  • Escribas en inglés, pero mal.
  • Te describas como “Prinsesa” (también es real, también lo vi).
  • Tengas entre tus fotos una de ti tocando el pene de una de las esculturas de la Plaza Botero por aquello de la “buena suerte”.
  • Uno de tus intereses sea la astrología.
Decir que te gusta el vino, el café o el cine no necesariamente te hace más interesante. Y, hablando de cine, en otra ocasión también puedo explicarte las razones por las que no me gusta.

* Esto, lector, no es más que una paráfrasis.

domingo, marzo 12, 2017

Adiós, prima Donna

En abril de 2009 recibí un misterioso paquete dirigido a mí. Al abrirlo, con sorpresa, descubrí que Genoveva Nieto (la famosa “prima Donna” de la comedia “Dejémonos de Vainas”) había cumplido la promesa que me había hecho poco tiempo atrás: la única cinta de Betamax que, de acuerdo con la breve nota que le adjuntó, era lo único que conservaba de su paso por la serie de televisión.

La primera vez que hablé con ella fue a través de Facebook.

Así, a diferencia de como lo hacía Juan Ramón Vargas, actuamos a veces los periodistas que nos graduamos a principios de este siglo. Contactamos a nuestras fuentes por mensajes digitales y no por llamadas telefónicas, cartas o visitas en persona; o por lo menos no con la misma frecuencia que nuestros colegas del siglo pasado.

Quería hablar con Genoveva porque en ese entonces me había dado a la tarea de escribir una gran crónica que contara la historia de la serie “Dejémonos de Vainas”, una exitosa comedia colombiana ideada por el director Bernardo Romero Pereiro y el periodista Daniel Samper Pizano.

La “prima Donna”, el personaje interpretado por Genoveva, era la molesta sobrina de Juan Ramón; la niña sabelotodo que siempre aparecía para fastidiar a los Vargas con sus arrogantes y engreídos comentarios. La actriz, por el contrario, era la antítesis del personaje. Genoveva era amable, sonriente y encantadora. Esa fue la impresión que me dio al conversar con ella en su oficina, en Bogotá.

Hablamos de su paso por la serie, de sus inicios como actriz, del trabajo con Bernardo Romero y sus compañeros del elenco... tenía una memoria impresionante. La gente todavía la reconocía en la calle. Me contó que solamente tenía buenos recuerdos de su trabajo allí, aunque sus padres no querían que le pagaran mucho como para que no se entusiasmara con eso de dedicarse a la actuación.

Genoveva Nieto


Al terminar la entrevista, le tomé un par de fotos junto a un mapamundi que había en su oficina, y nos hicimos un par de promesas: ella, que me iba a enviar unas cintas de Betamax con sus grabaciones de “Dejémonos de Vainas”; y yo, que se las iba a devolver (¡obviamente!).

Días después, cuando recibí el paquete proveniente de Bogotá, me alegré inmensamente al leer la nota que lo acompañaba:

“Querido Lucas:
Te mando el cassette del que te hablé. Espero que lo puedas copiar.
Cuídamelo mucho que es lo único que tengo de Dejémonos de Vainas
Un abrazo
Genoveva”


Así supe que tenía en mis manos un pedacito de la historia de la televisión de mi país. Por fortuna, antes de devolverlo, pude copiarlo para mi investigación y, por supuesto, para reír gracias a la creatividad del guión de Bernardo y a la brillante actuación de Genoveva.

Después de esa entrevista que tuvimos, no volví a ver a “Geno”. Hablábamos ocasionalmente a través de Facebook. Ella siempre estuvo pendiente de mi crónica, me felicitaba en mis cumpleaños y en ocasiones como el año nuevo o la Navidad. Yo, a través de la red, veía las fotos de sus viajes y sus salidas con amigos. En esas fotos nunca la vi sin su característica sonrisa, una que rara vez mostraba la “prima Donna”.

A pesar de que no volvió a actuar con tanta frecuencia como lo hacía en su adolescencia, lo cierto es que Genoveva dejó una marca en una generación de colombianos que deberá recordarla, no por lo fastidioso de su personaje, sino por su personalidad atenta, amistosa y afable.

Adiós, Genoveva. Un fuerte abrazo y hasta siempre, dondequiera que estés.



jueves, junio 16, 2016

No más plegarias

Foto: Yoko Ono Lennon
El imbécil que asesinó a John Lennon en diciembre de 1980 no tuvo ningún problema a la hora de conseguir un arma. La misma facilidad tuvo el idiota que baleó a la cantante Christina Grimmie el pasado 10 de junio, e igual fue para el desquiciado y homófobo troglodita que acabó con la vida de 49 personas y cambió para siempre la de otro medio centenar tan solo dos días después.

Y al día siguiente, mientras los familiares y amigos de las víctimas lloran de la tristeza y de la rabia, las leyes siguen igual. Sigue siendo igual de fácil hoy, como era en 1980, el acceso a armas semiautomáticas y rifles de asalto para los mismos mortales comunes y corrientes (y los locos también) que no pueden llevar más de cien mililitros de champú en un vuelo comercial.

Tampoco faltan las críticas a los medios de comunicación porque, en esta, la “era digital”, los mismos que se esconden detrás de la pantalla de un celular o un computador se creen comentaristas expertos y la autoridad máxima en relación con cuanto tema esté moviéndose por los noticieros. Todos ellos se las dan de analistas, críticos (o criticones), jueces, abogados de los buenos y los malos, eruditos, sabios, doctos, cultos, entendidos y demás sinónimos de “sabihondo” que pueda haber en los tesauros. Habrá quienes pregunten por qué tantos cambiamos nuestras fotos de perfil por un “Je Suis Charlie” mientras en Colombia la guerrilla secuestra y mata casi a diario. Pero así somos, esas preguntas sin respuesta van a estar ahí siempre. Todos opinamos cosas distintas, todos creemos que tenemos la razón, como si la verdad fuera absoluta, objetiva e imparcial. Pero el mundo está lleno de colores y matices: no todo es a blanco y negro.

Voy a atreverme, con el perdón de quienes me leen, a sumar mi voz a esa multitud de opiniones que son tan válidas como vacías a veces. Quiero hacerlo porque la masacre del club Pulse en Orlando, más allá de haber sido el mayor ataque terrorista en la historia de Estados Unidos desde el 11 de septiembre de 2001, fue un crimen de puro odio en contra de personas que se identifican con un estilo de vida que, por sí mismo, puede haberles causado más angustia, soledad, discriminación y sufrimiento del que cualquier ser humano debiera soportar en cualquier momento de su vida. El mismo sentimiento que llevó a Sergio Urrego a tirarse desde la terraza de un centro comercial.
Foto: Sergio Urrego / Facebook

Ese sentimiento, tan fuerte y arraigado quizás por el pudor característico de nuestros ancestros rezanderos, ultraconservadores y de doble moral, no hace que ningún hombre o mujer sean merecedores de recibir uno o los balazos que sean en la cabeza.

La masacre de Orlando (y ahora soy yo quien opina) pudo haber sido el resultado de la laxitud de las leyes estadounidenses, de la homofobia u homosexualidad escondida de un tipo loco, de una ideología motivada por tendencias religiosas extremistas o una combinación de todas las anteriores. No tenemos y quizás nunca tendremos la certeza de decir que fue por una razón equis o ye.

Después de haber leído y escuchado opiniones de varios personajes de la vida pública, y después de haber derramado lágrimas con los discursos de John Oliver (anfitrión del programa “Last Week Tonight”) y Anderson Cooper (periodista de CNN), concuerdo en que las “razones” que llevaron al desgraciado tirador a apagar decenas de vidas en una noche de música, baile y diversión, realmente no son importantes. Con decir esto no quiero restarle importancia a lo que sucedió. Quiero decir que las consecuencias son las mismas, y tratar de entender lo que pasaba por la mente de un asesino muerto no va a devolver el tiempo ni va a cambiar los hechos.

Pero quiero creer que esto trae, una vez más, a la atención del mundo dos temas que, a mi juicio, son los más importantes: el debate sobre el control de armas de fuego y el asunto de la homofobia. Hoy es más común que los niños que están en primaria les cuenten a sus amiguitos que tienen dos papás o dos mamás, o por lo menos es más común de lo que era hace menos de medio siglo. El mundo está entendiendo, muy lentamente, que hay cosas más importantes en este planeta que preguntarse con quién follan o dejan de follar mis vecinos.

Como dijo Samantha Bee después de lo ocurrido en Pulse, sentarse a orar en silencio es inútil. Las oraciones no cambian nada. Las oraciones no son más que sentarse en una habitación a hablar con alguien que no está ahí y que no puede darnos ningún tipo de retroalimentación. Por más que oremos, las matanzas siguen ahí. Diferente es el caso de Australia, que no ha tenido una sola masacre desde que se abrió el debate de control a las armas en 1996. Las personas hacen y deshacen, mientras las deidades y los santos están ahí, quietos, tranquilos, en los libros y en la imaginación de esas personas que hacen y deshacen.

Tiene el mismo efecto una plegaria que un “hashtag” o un cambio temporal de foto de perfil. Lo que necesitamos, si queremos dejar de llorar por muertes violentas e injustas, es entender que no todos somos iguales y no todos pensamos igual. Es entender que dos tipos besándose en la calle no es un crimen sino una inocente muestra de afecto. Es entender que la homosexualidad o cualquier preferencia que no sea “lo tradicional” no fue nunca una enfermedad.

Yo quiero que los nietos de mi mejor amiga (o los de sus hermanos o hermanas) conozcan la historia de cómo ella conoció a su esposa, y quiero que para ellos el amor y el matrimonio sean asuntos propios de personas, de seres humanos, sin importar lo que tengan entre las piernas.

El amor, quiero creer, siempre prevalecerá sobre el odio.

miércoles, febrero 12, 2014

Mi año en seis minutos

En febrero de 2013 conocí la aplicación 1 Second Everyday, diseñada por Cesar Kuriyama. Este personaje quiso inventar una herramienta que le permitiera grabar un segundo de video cada día, con el fin de hacer una película que mostrara todos los días del resto de su vida. Incluso dio una conferencia TED para mostrar su idea al mundo.

La aplicación estuvo inicialmente disponible para dispositivos con el sistema operativo iOS y, en agosto de 2013 se publicó también para dispositivos con Android.

Me gustó el concepto y empecé a hacer dos películas de forma paralela: una con la cámara de adelante de mi teléfono para grabarme (casi siempre) con otras personas y otra con la cámara de atrás para grabar (casi siempre) lo que ocurría a mi alrededor. En un año capturé imágenes de lugares, personas y eventos que posiblemente hubiera olvidado si no tuviera esta aplicación.

Un año después, este es el resultado:

Cámara de adelante:


Cámara de atrás:


Ahí perdonan.

miércoles, febrero 08, 2012

La foto que no me tomé con Spinetta

Esta es la foto que se tomó mi amigo con Spinetta.Estudié con un tipo que fumaba mucho y no solamente cigarrillos comunes y corrientes. El hombre era propietario (o, por lo menos, eso decía) de una guitarra que alguna vez perteneció a Charly García. Recuerdo que era un ferviente admirador de Luis Alberto Spinetta. Yo, a decir verdad, nunca le puse mucha atención a la música del "flaco".

En 2003 compré el "Naturaleza Sangre" de Fito Páez y me encantaron todos los temas. Uno, en particular, atrajo mi atención. Era Fito cantando con otro tipo, con una voz particular. No estaba tan acabada como la de Charly ni tenía el tono característico de Cerati. En los créditos del álbum resolví mi duda: era Spinetta.

En 2004, Gonzalo Aloras, el rockero argentino que tocó durante muchos años con Páez, vino a hacer su gira "bola 8" a Colombia. Primero pasó por un par de bares en Medellín y al cabo de unos días se fue para Bogotá. Él y yo, aunque no juntos, íbamos a asistir al festival Rock al Parque en la capital del país. Aloras iba como espectador, no como participante. Sin embargo, ofreció una presentación en un bar (Gótika, si la memoria no me falla). Al finalizar, se oía el rumor de que Spinetta estaba en el segundo piso del lugar. Aloras y las personas que le acompañaban subieron.

Esa noche yo estaba con Ana, mi gran amiga, y le sugerí que fuéramos a saludar a Gonzalo. Allí vi que unos amigos míos estaban tomándose fotos con Spinetta mientras el público que estaba en el primer piso lo llamaba insistentemente por su apellido. Todos querían oírle cantar.

Cuando Ana fue a darle las gracias a Gonzalo por sus canciones, él le susurró al oído: "tenés el mismo olor de Spinetta". Ella no pudo dejar de sonreír durante el resto de la noche. Tuve que aguantármela diciendo "¡tengo el mismo olor de Spinetta!" hasta el día siguiente. Simpático recuerdo.

Poco después Fito sacó un álbum en el que su nombre se juntaba, de nuevo, con el de Luis Alberto. En "Moda y Pueblo", Páez rendía tributo al flaco con "Muchacha ojos de papel". Años después escuché el homenaje que hizo Aloras a sus héroes musicales: el disco "Superhéroes". Ahí estaba una bellísima versión de "Quedándote o yéndote", de Spinetta.

En el álbum "12", el más reciente de Aloras, un fragmento de una canción en la que el par de flacos comparten líneas vocales bien podría estar hablando de Luis Alberto: "yo no he encontrado nada mas sereno que tu propia voz". Así era.

Tengo una foto de Ana y Gonzalo, pero ninguna de Luis. Si bien es triste entender que nunca podré fotografiarlo, me reconforta pensar que, en algún no lugar, Lennon está de fiesta con Spinetta.

Nunca supe qué pasó con el dueño de la guitarra de Charly, salvo que estuvo viviendo en Argentina por un tiempo. Si aún vive, debe estar llorando la partida de quien, sin duda, es uno de sus héroes. El rock llora con él.