Uno sabe que un día fue importante cuando, diez años después, todavía recuerda los eventos de ese día.
El martes 11 de septiembre de 2001 salí de mi casa poco antes de las seis de la mañana y miré hacia abajo para leer el titular del periódico que llegaba todos los días al tapete que estaba frente a la entrada. Decía algo sobre la llegada de Colin Powell, el secretario de estado de Estados Unidos, a Colombia, que estaba programada para ese día.
Yo iba en camino a tomar el bus que me llevaría al colegio, como todas las mañanas. Tuvimos un espacio de unos veinte minutos con el profesor de ética. Eso no era normal, porque cada mañana había una reflexión o conversación con nuestro director de grupo. No recuerdo por qué ese día fue distinto. A las 7:20 empezaba la clase de religión, pero fuimos al salón y el profesor no estaba. Los ataques a las torres gemelas ocurrieron a las 7:46, hora colombiana, entonces no era posible que el profesor se hubiera ausentado a causa del cubrimiento mediático. Tampoco era normal que los docentes faltaran a una clase sin avisar con anterioridad.
En el salón, no sabíamos que hacer. Todo el grupo salió a caminar por los corredores del colegio, cantando “no tenemos docente”. Fuimos a la sala de profesores y a las cafeterías, pero no encontramos a este personaje.
A las 8:45 era el primer descanso del día. Subí las escaleras que daban a la biblioteca del colegio y allí me encontré con Diego, un compañero, que me preguntó si había oído que el mundo se estaba acabando. Yo creí que era un chiste. “¡Güevón, explotaron las torres gemelas y el pentágono en Estados Unidos!”. Yo no le creí. En esa época, yo ni siquiera era consciente de que existiera un par de torres iguales en ese país. Seguro que había oído hablar de ellas en algún momento, pero no las recordaba.
Entré a la biblioteca y vi un círculo de personas reunidas en torno al único televisor que había allí. Ahí me preocupé. En la pequeña pantalla se veía que las dos torres estaban en llamas. Humo por todas partes. La gente hablaba del comienzo de la tercera guerra mundial. Recuerdo haber visto la cara de angustia de Daniel, uno de mis amigos más cercanos en aquel entonces, mientras una de las torres empezaba a colapsar.
A las 9:20 teníamos clase de inglés. Por fortuna teníamos televisor en el salón, de manera que toda la clase se nos fue fue viendo las noticias. Yamid Amat ya hablaba de Osama bin Laden como posible autor intelectual del atentado. Se habló también del choque del vuelo 93 de United Airlines, que había ocurrido minutos antes.
Más tarde tuvimos otro descanso. No me despegaba de un pequeño radio amarillo que tenía. Oía las noticias. Las cafeterías estaban llenas de gente que hablaba de lo que estaba ocurriendo. Después, en clase de educación física, todos mirábamos con temor hacia arriba. Nadie sabía que podía suceder.
En la tarde llegué a mi casa y empecé a ver CNN. Ya las dos torres habían caído. Se veían las mismas imágenes de destrucción y caos una y otra vez. Aparentemente los noticieron no tenían nada nuevo qué decir.
En la noche decidí abrir uno de esos sitios web que tienen cámaras que muestran diferentes lugares del mundo. Creo que era EarthCam. Vi una cámara que apuntaba hacia donde estaban las torres. Se veía una nube negra encima de la ciudad. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, volví a ingresar. Todavía había humo en el aire.
No recuerdo nada de lo que pasó el doce de septiembre. Ahí perdonan.
domingo, septiembre 11, 2011
Mis recuerdos del once de septiembre
Etiquetas:
colegio,
historia,
recuerdos,
septiembre 11
sábado, septiembre 03, 2011
El tiempo para lo demás
Alguna vez leí una columna de opinión en el periódico que hablaba de la regla del ocho: ocho horas para dormir, ocho horas para trabajar y ocho horas para lo demás.
Empecé a pensar qué tan cierta podía ser esa, a mi juicio, atrevida afirmación.
Veamos: a mí me gusta dormir. La gente dice que, conforme pasa el tiempo, un adulto puede descansar de igual forma si duerme menos horas que un adolescente o un niño. A mis veintiseis años de edad, puedo dar fe de que, en mi caso, menos de ocho horas no es suficiente para pasar todo un día bien despierto, activo y concentrado. Necesito ocho horas de sueño como mínimo.
Y vamos en orden: cuando me levanto, me tomo al menos una hora para desayunar, bañarme y vestirme. De ahí salgo a trabajar. Vamos sumando. Me tomo treinta minutos en ir desde la casa hasta la oficina en la mañana y cuarenta minutos en el camino de vuelta. En total, es una hora y diez minutos de tiempo perdido.
Mi jornada laboral, por estos días, es de ocho horas, con un espacio de dos horas en el medio para almorzar. Si bien el solo hecho de almorzar no ocupa las dos horas completas, el resto del tiempo se va en el transporte desde mi lugar de trabajo hasta mi hogar. Tener un automóvil en una ciudad famosa por su tráfico vehicular en las horas pico no es tan práctico como uno quisiera.
Al llegar a casa, queda la cena: unos cuarenta minutos, aunque a veces puede ser menos.
Hay otras pequeñas actividades que toman tiempo y que son necesarias, así uno crea que no. Por ejemplo: lavarse los dientes, cambiarse la ropa, subir escaleras, esperar ascensores, parquear el carro. Supongamos que la suma de todo esto nos quita veinte minutos, en el peor de los casos.
Así las cosas, habría que incluir una categoría adicional a las que menciona el autor de la columna: el tiempo libre que no hace parte de “todo lo demás”. Es decir, el tiempo que uno podría usar para dedicarlo a la familia, los proyectos, los pasatiempos, las distracciones, los amigos y las relaciones humanas.
Hagamos cuentas:
Así se me van los días de lunes a viernes. Los fines de semana son otro cuento. Es triste que, de las ocho horas que promete el columnista para "lo demás", menos de tres sean tiempo aprovechable. ¿Será que ese tiempo que llamo "libre" es suficiente para crecer como persona? No me gustan los consejos ni las fórmulas de quienes se creen gurúes de la autosuperación y por eso me pongo a hacer cuentas como estas.
Empecé a pensar qué tan cierta podía ser esa, a mi juicio, atrevida afirmación.
Veamos: a mí me gusta dormir. La gente dice que, conforme pasa el tiempo, un adulto puede descansar de igual forma si duerme menos horas que un adolescente o un niño. A mis veintiseis años de edad, puedo dar fe de que, en mi caso, menos de ocho horas no es suficiente para pasar todo un día bien despierto, activo y concentrado. Necesito ocho horas de sueño como mínimo.
Y vamos en orden: cuando me levanto, me tomo al menos una hora para desayunar, bañarme y vestirme. De ahí salgo a trabajar. Vamos sumando. Me tomo treinta minutos en ir desde la casa hasta la oficina en la mañana y cuarenta minutos en el camino de vuelta. En total, es una hora y diez minutos de tiempo perdido.
Mi jornada laboral, por estos días, es de ocho horas, con un espacio de dos horas en el medio para almorzar. Si bien el solo hecho de almorzar no ocupa las dos horas completas, el resto del tiempo se va en el transporte desde mi lugar de trabajo hasta mi hogar. Tener un automóvil en una ciudad famosa por su tráfico vehicular en las horas pico no es tan práctico como uno quisiera.
Al llegar a casa, queda la cena: unos cuarenta minutos, aunque a veces puede ser menos.
Hay otras pequeñas actividades que toman tiempo y que son necesarias, así uno crea que no. Por ejemplo: lavarse los dientes, cambiarse la ropa, subir escaleras, esperar ascensores, parquear el carro. Supongamos que la suma de todo esto nos quita veinte minutos, en el peor de los casos.
Así las cosas, habría que incluir una categoría adicional a las que menciona el autor de la columna: el tiempo libre que no hace parte de “todo lo demás”. Es decir, el tiempo que uno podría usar para dedicarlo a la familia, los proyectos, los pasatiempos, las distracciones, los amigos y las relaciones humanas.
Hagamos cuentas:
Actividad | Tiempo de actividad | Tiempo acumulado |
Sueño | 8:00:00 | 8:00:00 |
Ducha y desayuno | 1:00:00 | 9:00:00 |
Transporte / trancones | 1:10:00 | 10:10:00 |
Trabajo | 8:00:00 | 18:10:00 |
Almuerzo y transporte | 2:00:00 | 20:10:00 |
Cena | 0:40:00 | 20:50:00 |
Otras tareas | 0:20:00 | 21:10:00 |
Tiempo libre | 2:50:00 | 24:00:00 |
Así se me van los días de lunes a viernes. Los fines de semana son otro cuento. Es triste que, de las ocho horas que promete el columnista para "lo demás", menos de tres sean tiempo aprovechable. ¿Será que ese tiempo que llamo "libre" es suficiente para crecer como persona? No me gustan los consejos ni las fórmulas de quienes se creen gurúes de la autosuperación y por eso me pongo a hacer cuentas como estas.
¿Cómo manejan ustedes, lectores, su tiempo? ¿Creen que la regla del ocho funciona?
Ahí perdonan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)