Con la mano derecha, todavía temblorosa, trémula y dubitativa, agarraba firmemente la botella por el cuello mientras bebía como nunca en su vida lo había hecho. Parecía que de ello dependiese su propia existencia.
Se detuvo para tomar aire y, luego de un breve respiro, continuó. El líquido parecía no agotarse, al igual que la insaciable sed de aquel pobre miserable.
Eso era, y nada más: un pobre miserable.
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