Es innegable que el tradicional concepto de “periodismo” ha cambiado con la aparición de los medios digitales de producción y distribución de información a través de Internet. Basta dar una mirada rápida a la relación que existía a mediados del siglo XX entre productores y consumidores de información: el periodista escribía o producía para un medio de comunicación, que a su vez distribuía esos productos a las masas o audiencias. Se trataba de una estructura jerárquica, unidireccional e impositiva. No existía una participación ciudadana significativa en ese tránsito de la información, salvo que un individuo relatara un suceso a un periodista desde su subjetividad. En ocasiones se publicaba una sección con cartas al director, aunque esas misivas normalmente pasaban por un proceso de filtrado y selección (similar a la censura, pero no propiamente: en vez de mutilar fragmentos textuales, se evitaba la publicación masiva de textos completos).
La idea de hipertexto, como lo conocemos hoy, se hizo visible después de la segunda guerra mundial. Ted Nelson teorizó sobre una manera de organizar documentos y buscar información con rapidez, y sus ideas llevaron al desarrollo de la World Wide Web. Esa red de alcance mundial se popularizó en la última década del siglo pasado y, a principios de este, se empezó a hablar de una “Web 2.0”. Esa supuesta plataforma nueva (que sólo se trata de recursos tecnológicos e ingenieriles diferentes funcionando sobre la vieja) abrió paso a nuevas figuras dentro del esquema tradicional de distribución de datos, noticias e ideas. Aparecieron los bloggers, los vloggers, los mobloggers, los podcasters y los twitters. A quien anteriormente se le llamaba “televidente” o “lector”, ya puede recibir de manera simultánea el nombre de “usuario”. Esa persona que hace uso de cualquier servicio basado en la red (la 2.0, si se quiere) con el fin de dar a conocer sus ideas expresadas en textos, sonidos, imágenes o una combinación de todos los anteriores, es el nuevo protagonista del “tráfico” de información. Cada usuario se convierte en un medio de comunicación, en tanto es él quien consume y produce al mismo tiempo. Al existir tantos productores como consumidores, se produce una explosión de información nunca antes documentada en la historia de la humanidad. Internet se convierte en una plataforma de envío y recepción de contenidos, casi nunca filtrados (excepto por abogados), sin una legislación claramente definida ni aparentemente posible en el corto plazo: Internet no le pertenece a ningún país.
El hecho de que un usuario se convierta en productor de contenidos para los medios digitales no quiere decir que deje de ser un consumidor de los medios que conocemos como tradicionales (radio, prensa y televisión), aunque las tendencias van cambiando conforme pasa el tiempo. La idea de noticia, columna y artículo de la prensa, por ejemplo, tiene su equivalente en el mundo virtual: se trata del “post” de las bitácoras como alternativas a la prensa que puede estar sujeta a un riguroso proceso de edición previo a la publicación. Otros usuarios, “ciber-lectores”, si se me permite llamarlos así, pueden comentar de forma inmediata, opción que tardaría desde horas hasta semanas en un periódico de papel. A diferencia de un medio analógico, los digitales permiten integrar contenidos de distinta naturaleza: aunque todos los datos se reducen a unos y ceros, se hacen visibles al mundo en forma de textos, imágenes, videos y sonidos.
La radio también tiene su equivalente en el mundo de la producción de contenidos no profesionales. Si bien es demasiado pronto para anunciar una inminente desaparición de las ondas de radio como medio de comunicación masivo, es posible afirmar que existe una alternativa para la creación de productos sonoros y musicales por fuera de los costosos estudios de grabación y las torres de emisión de las grandes cadenas radiales. Se trata del podcasting, un término derivado del aparato de reproducción de música que sacó la compañía Apple (iPod). Cada usuario puede grabar una receta de cocina, una reflexión sobre los problemas del país, una canción inédita o una lección sobre los verbos irregulares y publicarla para que el mundo la escuche en diferido. Las emisoras tradicionales adoptaron este esquema para poner a disposición del público partes de su programación regular, de manera que el oyente pueda llevar las voces de sus locutores preferidos en el bolsillo.
Queda comprobado que la retroalimentación es mutua, mientras los medios tradicionales adopten elementos y comportamientos de los medios digitales. La sindicación de contenidos permite que la información llegue a los usuarios, quienes seleccionan cada uno de los elementos multimediales que quieran recibir en su navegador. Aquí hablamos de un juego entre la oferta y la demanda: mientras Internet ha demostrado ser un océano en el que navega la información útil e inútil, en muchos casos, un suscriptor que emplee tecnologías como la RSS podrá depurar ese exceso de datos para obtener aquellos que le interesan o le son de más utilidad.
La manera como se relacionan los consumidores y sus hábitos con la publicidad también cambia, pues las suscripciones a medios digitales llevan consigo una cantidad moderada de avisos, que en ocasiones son menos molestos visualmente en comparación con los que aparecen en la prensa o la televisión.
Los medios analógicos no llegan a una plataforma digital sin alteraciones, sino que tratan de adaptarse al nuevo ambiente en el que se le presentan al usuario. Los canales de televisión, por ejemplo, pueden ofrecer la programación semanal en su página web; o mostrar contenidos exclusivos que sólo estarían disponibles en ese espacio. Las revistas pueden tener una sección para blogs o columnas pensadas para la web únicamente, con contenidos que complementan a las ediciones impresas. El medio impreso y el digital comparten elementos, no se excluyen el uno al otro. Por eso es posible asegurar que quienes eran consumidores de la información mediática en el pasado no dejarán de hacerlo con la introducción de las herramientas digitales, sino que tendrán posibilidades alternativas para hacer oír sus voces y dar a conocer sus opiniones al mundo entero.
Como en el hipertexto, las estructuras de movimiento de los canales que permitían hacer llegar un mensaje de un extremo a otro son infinitas y están en cambio constante. La vida de las personas deja de ser tan privada como en el pasado, pues la idea de “publicar” se refiere también a “hacer pública” uno o muchos aspectos de la vida diaria. Herramientas de redes sociales como Facebook permiten “crear enlaces” con otras personas, a pesar de que la interacción cara a cara pasa a un segundo plano. Empresas como esta ofrecen sus servicios a los usuarios con la garantía de comunicar a la gente, cuando lo cierto es que los individuos están empezando a pasar más tiempo frente a sus pantallas que frente a sus amigos. Las relaciones entre el sujeto y el mundo, así como las que existen entre el sujeto y la publicidad, también se modifican con los medios participativos. Si bien es correcto decir que el conocimiento se puede construir de manera colectiva empleando herramientas propias de la llamada Web 2.0, no está de más formular la pregunta por las interacciones en el mundo real. Es difícil decir hasta dónde es útil el conocimiento acumulado sin que exista una comunicación que cuente con un espacio físico compartido y una interacción de un personaje real con otro. De cualquier forma, la tecnología ha facilitado el tele-trabajo e incluso hoy es posible realizar operaciones quirúrgicas a kilómetros de distancia.
Otros roles de los medios de comunicación tradicionales han sufrido modificaciones. Actualmente, cualquiera que tenga acceso a Internet puede convertirse en su propio editor. Si hablamos de redes sociales, es la comunidad la encargada de filtrar, depurar y controlar los contenidos textuales o audiovisuales que circulen por una plataforma digital. También es la comunidad la encargada de generar debates que lleven a la creación de ideas y conocimiento colectivo, de ahí la calificación de “participativos” que se les da a los medios digitales. De todas formas, la última palabra sobre este grupo de opciones no se ha escrito. Después de la Web 2.0, hay quienes han empezado a hablar de una más, la 3.0, e incluso le atribuyen características mágicas al ciudadano común. Cualquiera puede ser calificado como “periodista” bajo esta manera de ver el mundo. Aunque podemos decir que todo periodista puede convertirse en un productor y consumidor de medios tradicionales y digitales, sería arriesgado e incorrecto afirmar lo contrario. No cualquiera que tenga un blog se convierte en periodista, y no cualquiera que tenga un podcast se convierte en locutor. Naturalmente, la calidad de los contenidos de los medios, por subjetiva que sea, puede variar de acuerdo con diferentes características de la persona que los produzca, independientemente de si esa persona trabaja para una agencia de prensa, por ejemplo, o no. Finalmente quienes son jueces de la calidad en la información son quienes la consumen, y son ellos los que se encargarán de garantizar su continuidad o de declarar su desaparición definitiva.
1 comentario:
Cuan gruesa estaba la capa de polvo sobre tu blog?
Me dió alegría leer de nuevo...pero también alergia jajaja
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