lunes, junio 22, 2009

Entrevista con mi abuelo

En 1998 compré mi primera grabadora de periodista, creo que con el dinero de mi cumpleaños o algo por el estilo. Era una grabadora Sony con microcassettes. Yo tenía 13 años y cursaba séptimo grado en el colegio. Un día, el profesor de ética nos dio una tarea. Era un cuestionario sobre el Medellín de treinta años atrás. La idea era que le hiciéramos una serie de preguntas a nuestros abuelos o tíos mayores para saber cómo era la ciudad en la década de 1960.

Yo, aprovechando mi grabadora, entrevisté a mi abuelo Hernando (el papá de mi papá) y le hice las preguntas que el profesor nos dio. En un punto de la entrevista mi abuelo sugirió que podría hablarme de la ciudad de antes, y mi profesor se lamentó. Me dijo que debía haberle preguntado sobre la Medellín de hacía cuarenta, cincuenta años.

La cinta en la que grabé la entrevista quedó guardada en una cajita de madera durante once años, y hoy, un día después del día del padre, me la encontré. Pude, además de oír cómo ha cambiado mi voz desde entonces, hacer conmover a mi propio padre.

Me arrepiento de no haberle preguntado más cosas, de no haber conversado con él sobre más temas. Mi abuelo murió el año pasado.

Aquí está la versión digital de ese microcassette:



Ahí perdonan.

miércoles, junio 10, 2009

Gajes de la docencia

La carrera de comunicación social suele estar estigmatizada. A veces, en conversaciones con amigos o conocidos, se oyen comentarios que dicen que es muy fácil de ganar, que la exigencia es mínima, que esa es la elección de aquellos que no pudieron o no quisieron con los números.

Yo no sé.

Sin embargo, desde mi experiencia como docente en una carrera de comunicación social, puedo dar cuenta de algunas cosas que he observado y que describo a continuación:

1. Los estudiantes están mal acostumbrados: No es que la carrera de comunicación social sea la más fácil. Lo que pasa es que, en general, la evaluación es subjetiva por su naturaleza cualitativa. El resultado de despejar una variable en una ecuación matemática es siempre el mismo, y no hay peros que valgan: el ejercicio está bueno o está malo. En un texto escrito, las variables son mayores en número y en complejidad. Hay una cantidad de juicios de valor que deben considerarse para calificar con un número, como es común en la mayoría de las instituciones educativas. Con frecuencia la percepción juega un papel más importante que el cálculo.

Por ese carácter subjetivo de los textos escritos, y por la falta de rigurosidad con ciertos aspectos formales -como la ortografía- no es raro que un estudiante de comunicación social reciba una calificación mayor que cuatro (sobre cinco) a la hora de producir textos, en la forma que sea.
Eso contribuye a que los chiquillos se vayan malcriando. Las notas por debajo de cuatro son casi siempre mal recibidas en una carrera de humanidades, cuando en una de ingenierías son un lujo del que pocos pueden jactarse.

2. Muchos profesores son poco exigentes: Como dije, aspectos como la ortografía suelen ser ignorados por los profesores, pues generalmente asumen que los polluelos de periodistas ya saben escribir. No siempre es así. Esas omisiones cometidas por los docentes contribuyen a que los estudiantes, percibiendo hábilmente la falta de exigencia, se acomoden en las sillas (de sus casas, por lo general) y den lo mínimo. Un estudiante promedio siempre da menos de lo que se le pide.

3. Los estudiantes creen que las notas son negociables: Pude observar algo que no era claro para mí durante mi época de estudiante, que terminó hace poco. Los estudiantes (aunque no sé si esto se limita a los de comunicación social) tienen la idea, por una razón que desconozco, de que una nota siempre es negociable. Lo que parece pasar por sus mentes es: "si le entrego este trabajo al profesor, él lo revisará, lo calificará, y después me dirá qué puedo mejorar para cambiarme la calificación original por una más alta".

No, estudiantes. No. Las cosas no funcionan así. Las notas son el reflejo de su trabajo, de su esfuerzo y de su interés, o una combinación de cualquiera. Esas notas se definen de acuerdo con una serie de parámetros definidos por el profesor, si asumimos que el profesor es responsable, juicioso y organizado. Sobra decir (¿o no?) que las calificaciones no son producto del capricho de nadie.

En resumen: si usted entrega un buen trabajo, recibirá una buena calificación. Si su trabajo es mediocre, es posible que pase. Pero si es malo, aténgase a las consecuencias y olvídese de pedir cacao.

4. Los estudiantes creen que pueden definir las evaluaciones y actividades: Tuve la experiencia de "negociar" las fechas y las características de varias actividades con mis estudiantes. Ser docente se asemeja en momentos a trabajar en una plaza de mercado. Todos regatean. Por alguna razón, los estudiantes no entienden que las evaluaciones son definidas por el docente y no por ellos. Creen que pueden manipular a los profesores para eliminar uno u otro objetivo de una actividad, e incluso creen que tienen el poder de suprimir la actividad por completo o reemplazarla por otra más fácil. Otra vez: las cosas no son así. Estudiante: Si no puede o no quiere desarrollar una actividad, aténgase a obtener un cero o cancele la materia.

5. Los argumentos de la mayoría de los estudiantes son vacíos: Según el reglamento del lugar en el que trabajo, la única excusa que tiene un estudiante para no presentar una evaluación es una excusa médica validada por la universidad o una calamidad doméstica comprobable. "Explicaciones" como "es que tengo que hacer unas vueltas por la tarde" o "mi papá me pidió que le cuidara la tienda" pueden ser válidas, pero no reemplazan una calificación.

6. Ser amigo o amiga de alguien que conoce al profesor no es una garantía: Si mi alumna es la novia de alguien con quien estudié hace diez años, en la época del colegio, eso no quiere decir que yo vaya a regalarle la materia. Si nos encontramos en un bar ocasionalmente, eso no quiere decir que yo vaya a subirle media unidad en el próximo trabajo escrito que me entregue. Y no porque me llame al celular cincuenta veces en una semana le voy a cambiar la nota de un texto que parece escrito por un chico de primaria.

Creo que vale la pena mencionar que ser estudiante y ser docente son dos experiencias muy distintas, y unos no se dan cuenta de las penurias de los otros. Ambas etapas son difíciles y pueden estar cargadas de angustias, pero lo mejor es hacer las cosas bien y de manera honesta para evitar dolores de cabeza. Yo nunca me imaginé que fuera a terminar en esto de la docencia, y no niego que me gusta enseñar. Me gusta que otras personas aprendan cosas nuevas gracias a mí. Pero, definitivamente, tener que estar pensando en un cronograma, en unas calificaciones y en unos parámetros de evaluación puede convertirse en una migraña fuerte.

Ahí perdonan.