Lo reconozco: dependo de más aparatos de lo que debería, y no estoy en un hospital. Quiero decir que mi vida no depende de aparatos, al menos por ahora. De cualquier forma, me resulta difícil pasar un día sin revisar qué hay de nuevo en Twitter, mi Google Reader y en la página principal de Reddit.
Mi sentido de la orientación, digo yo, debió haberse quedado en el departamento de repartición de sentidos cuando me fabricaron. Simplemente no lo tengo. Cuando estaba pequeño y jugaba a ponerle la cola al burro, con los ojos vendados, bastaba con un giro de 180 grados para que la cola terminara en la frente de uno de mis pequeños amigos.
La primera vez que vi un GPS fue en un viaje que hice con mi hermano y mi cuñada a Estados Unidos, en un carro que alquilamos para viajar por las carreteras de Florida. Yo creí que ese sistema de orientación se iba a demorar décadas en llegar a Colombia, como muchas de las tecnologías que aparecen en los países dizque desarrollados, pero no. En menos de un año compré mi primer (y, hasta ahora, único) aparato de posicionamiento global, con mapas y todo. Antes de eso, era normal que me perdiera en las calles de una ciudad a la cual, a pesar de haber vivido en ella toda mi vida, conozco poco. Y, cuando me perdía, me veía en la penosa obligación de llamar por celular (y manos libres, para evadir la ilegalidad) a alguien para que me ayudara a ubicarme. Gracias al GPS, ya no tenía que recurrir a esas inconvenientes llamadas, que podían ocurrir estando alta la noche, muy para la desdicha de mis interlocutores.
Y si cerraban una vía o había un accidente, me bastaba con esperar unos segundos a que el aparato dijera, en tono plano e insípido, la palabra mágica: "recalculando".
Alguna vez escribí que una de las desventajas del GPS era el hecho de que los mapas no eran muy confiables en países distintos de los de América del Norte, pero hoy ese no es el caso. Los mapas que hacen empresas como Gisco (quienes, lo juro, no me han pagado un céntimo por mencionar su nombre) son detallados y precisos.
Puesto el contexto, empieza mi penosa historia:
Hace algún tiempo, un amigo mío me escribió para decirme que había encontrado una oferta de trabajo con la corporación BHR (vale decir que estas siglas no corresponden a las de la entidad real). El perfil que buscaba la empresa se ajustaba al mío: un comunicador social / periodista con conocimientos sobre e interés en la tecnología y la web. Me interesó la oferta y decidí enviar mi hoja de vida. Resulta que la envié y me llamaron a la casa un viernes a decirme que tenía una cita el lunes (o por lo menos eso dijeron en mi casa). Como no me encontraron, dijeron que me iban a llamar al celular. Recibí una llamada el lunes siguiente, en la tarde, y me dieron la cita para el martes a las 4 p.m.
El martes a las 3:20 p.m. salí de mi casa. El GPS indicaba que iba a llegar a la cita a las 3:47 p.m., de manera que no me preocupé por apresurarme. Me encontré con docenas de semáforos en rojo, dos accidentes y, aún así, iba a llegar a tiempo. Faltando diez minutos para las cuatro, el GPS dijo "gire a la derecha".
Hacía poco había leído en algún diario la historia de un hombre que iba conduciendo en un país que no conocía, de noche, por un sector en el que no había iluminación, y terminó cayéndose por un barranco o ahogándose en un río. No me acuerdo. El caso fue que el hombre murió por seguir las indicaciones de su GPS, aunque no lo culpo: las circunstancias no le ayudaron.
Yo nunca he seguido ciegamente las instrucciones del GPS. Siempre me fijo primero en la señalización, en los peatones, en los demás vehículos... y, finalmente, uso lo que diga el aparato parlante como guía. Eso es: una guía de navegación.
Ya faltaban diez minutos para llegar al lugar de mi entrevista de trabajo y no parecía haber ningún sitio en el que pudiera estacionar el carro. Después de oír la instrucción del GPS, noté que en esa entrada había un grupo de obreros haciendo algún tipo de reparación y cometí el error de asumir que no había forma de girar por ahí. Me pasé la entrada y entré en pánico, porque empecé a transitar por una vía principal que seguramente me alejaría de mi destino final.
Aún después de desviarme, la máquina ésta decía que iba a llegar a las 3:58, apenas a tiempo para entrar y saludar.
Tal vez el miedo me llevó a llamar a mi papá para preguntarle cuál podría ser la vía más rápida para llegar. Pasé 20 minutos dando vueltas y, una vez llegué, me estacioné. Me bajé del carro y empecé a buscar la dirección. Pasaba de la calle A a la calle B, y la dirección quedaba en la calle AA.
Ya estaba tarde: eran las 4:10. Marqué el número de la empresa para avisar y ofrecer disculpas por mi tardanza, y, cuando estaba digitando los números, vi una puerta junto a la cual había una hoja de papel, tamaño carta, hecha con una impresora común y, creo yo, cualquier programa de procesamiento de textos, con la dirección del lugar. Imposible de ver desde un vehículo en movimiento.
Entré y llegué a la recepción a las 4:15. Pregunté por la persona que iba a entrevistarme y me dijeron que la cita era a las 4. Dije que no había podido dar con la dirección, a pesar de haber salido con tiempo suficiente. La recepcionista hizo cara de que no había nada que hacer y me dijo que ellos tenían mis datos y mi hoja de vida. Trató de llamar a la persona que me iba a entrevistar y no obtuvo respuesta, según me dijo.
Le pregunté si había opciones, si era posible que yo esperara una llamada después. Le ofrecí disculpas por mi mal sentido de la orientación. Fui ignorado y descartado como si hubiera llegado insultando a todo el mundo, pero no: mi único crimen fue haberme perdido. Tuve que retirarme con un lacónico "gracias" y una débil sonrisa. Como resultado, perdí la cita y la oportunidad de trabajar con la corporación.
¿Llegué tarde? Sí. ¿Fue por falta de interés? No. Sé que es prácticamente un pecado llegar tarde a una entrevista de trabajo, pero estas cosas pueden pasarle a cualquiera. No creo que mi falta de orientación tenga que ver con las habilidades o conocimientos propios para trabajar, a menos que mi trabajo fuera taxista o busero.
Ahí perdonan.
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